La Creencia en los Profetas

"Quienes no creen en Dios ni en Sus Mensajeros y pretenden hacer distinción entre [la fe en] Dios y [la fe en] Sus Mensajeros diciendo: "Creemos en algunos, pero en otros no", pretendiendo tomar un camino intermedio, ellos son auténticos incrédulos".1
(El Sagrado Corán)
Los profetas son elegidos por Dios y designados para transmitir a las personas los mensajes divinos. Creer en los profetas significa aceptar que son los mensajeros elegidos por Dios y creer en todo lo que transmiten de Él.
La creencia en los profetas es uno de los principios de la fe en el Islam. De acuerdo al Islam, a pesar de que hay diferencias y niveles entre ellos, en cuanto a creencia, no hay distinción entre los profetas ni entre la revelación que les fue enviada. Por lo tanto, el musulmán acepta a todos los profetas sin diferenciar, los recuerda con amor y respeto, toma su ejemplo, y se somete al último de ellos.
El primer ser humano, Adán (a.s), es a su vez el primer profeta. El último profeta es Muhammad (s.a.s). Dios, exaltado sea, nunca ha dejado a la humanidad sin guía, ejemplo, líder o profeta. Muchos profetas, cuyos nombres son conocidos o desconocidos y quienes se le reveló o no libros, han venido desde los tiempos de Adán(a.s) hasta los de Muhammad(s.a.s). La invitación de todos es la misma: ¡Sirve a Dios!
Los profetas son responsables de transmitir el mensaje de Dios sin faltas y sin añadidos. Sin embargo, su único deber no es la transmisión de información o "tabligh". La misión de los profetas es además explicar el conocimiento divino, vivir de acuerdo a él y ser un modelo a seguir para el ser humano. En este contexto, en el Corán narra como ejemplo las historias de los profetas, quienes sufrieron muchos problemas y persecuciones y que en determinadas ocasiones realizaron milagros con el permiso de Dios.
Aunque la mente humana tiene el potencial de comprender que existe un Creador Supremo, solo es capaz de enterarse de las ordenes del Creador a través de los mensajeros que envió. Por lo tanto, las personas que quieren obedecer las órdenes de Dios y abstenerse de lo que prohíbe necesitan el ejemplo de un profeta. Para creer en los libros divinos, antes que nada, es necesario creer en el profeta a quien se le envió cada libro.
Los profetas son honestos, sencillos, sinceros, confiables, inteligentes y tolerantes, además de estar protegidos de los pecados. Recitan a la gente los versos de Dios, les enseñan los libros y la sabiduría, los invitan al tawhid (unicidad de Dios) y al bien, y los liberan de la incredulidad y el mal. No hay duda de que el último y más perfecto eslabón de la cadena de profecía es Muhammad (s.a.s).


Las Mujeres, 4:150-151.

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El Último Profeta: (Muhammad (s.a.s.))

"!Oh Profeta! En verdad te hemos enviado como testigo, anunciador de buenas nuevas y advertidor".1
(El Sagrado Corán)
El Profeta del Islam Muhammad Mustafa (s.a.s) es el siervo y Mensajero de Dios, el último de los profetas. Toda persona que acepta el Islam es responsable de dar el testimonio de fe (shahada), es decir, dar testimonio de que "no hay más deidad que Dios y Muhammad es su siervo y mensajero".
El Profeta Muhammad fue enviado como una misericordia al universo y llevó a la sociedad de violencia e ignorancia en la que vivía a la misericordia y la justicia. Durante su misión profética de 23 años, construyó una sociedad islámica ejemplar con paciencia, determinación, fe y compasión.
El Profeta es el ser humano ejemplar que mejor entiende el Corán y lo refleja en cada aspecto de su vida. Es el mejor ejemplo para todos los musulmanes, tanto de su entorno como de todas las épocas y geografías. Incluso antes de convertirse en profeta, era un hito de virtud y moralidad conocido en La Meca como "Muhammad al Amín" (Muhammad el Veraz/el Digno de Confianza). Nunca comprometió su honestidad o integridad y enseñó justicia, respeto por los derechos humanos y por los protegidos, así como el valor del conocimiento y la importancia de la consulta con los demás.
Sabemos por lo que relataron sus compañeros, los creyentes que vivieron con él, que el Mensajero de Dios (s.a.s) no conocía límites en la generosidad y la caridad. Nunca en su vida se comportó de una manera hiriente hacia una persona que le servia o hacia su esposa. Vivía con sencillez y modestia, y se enojaba solo cuando se trasgredían los limites de Dios; a excepción de esas ocasiones, era comprensivo, indulgente, tolerante y amable con todos. Era una persona sin igual, de buen corazón, cara sonriente, voz tranquilizadora y postura noble.
El camino a Dios es a través de adherirse y obedecer al Profeta (s.a.s). La receta para la tranquilidad en este mundo y para la salvación en el Más Allá para todos los musulmanes es amar al Profeta (s.a.s) y llevar una vida de acuerdo a su Sunna (sus acciones, palabras, comportamientos y aprobaciones silenciosas).


La Coalición, 33:45-46.

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